Sócrates, nacido en Atenas alrededor del 470 a.C., es aclamado como el arquetipo del maestro occidental y una de las figuras más importantes de la historia de la filosofía. Hijo de un cantero y una partera, su vida se caracterizó por una profunda austeridad y un rechazo a las convenciones de su época. A diferencia de los sofistas, que cobraban por sus lecciones, Sócrates impartía sus enseñanzas de forma gratuita en la vía pública, en el ágora y en banquetes, dialogando con sus conciudadanos para fomentar la reflexión sobre la vida y la moral. La ausencia de escritos propios es una de las particularidades más notables de su legado, pues creía que las ideas podrían ser confundidas si se plasmaban en un texto. Por ello, casi todo lo que se conoce sobre su pensamiento y vida se debe a las crónicas de sus discípulos, con Platón como la fuente más prominente, seguido por Jenofonte y el dramaturgo Aristófanes.
El método de indagación de Sócrates, conocido como mayéutica, se basaba en el arte del diálogo, un proceso de preguntas y respuestas diseñado para guiar al interlocutor hacia la verdad que ya residía en su interior. El proceso se dividía en dos etapas. La primera era la ironía socrática, donde Sócrates fingía ignorancia sobre un tema para que su interlocutor, supuestamente un experto, expusiera su conocimiento. A través de preguntas incisivas, Sócrates demostraba las contradicciones en el pensamiento de la persona, llevándola a un estado de aporía o callejón sin salida, obligándola a desprenderse de sus falsas creencias. Una vez que el interlocutor se encontraba en este estado de honesta ignorancia, se procedía a la mayéutica o «dar a luz» el conocimiento verdadero que estaba latente en su alma. Sócrates sostenía que aquellos que actuaban mal lo hacían por ignorancia, no por maldad, por lo que la verdadera función de la filosofía era enseñar a «saber vivir» a través del conocimiento de conceptos como el bien y la virtud.
En el año 399 a.C., con alrededor de 70 años, Sócrates fue llevado a juicio en Atenas, acusado de impiedad y de corromper a la juventud. A pesar de los cargos, el filósofo mantuvo una defensa estoica, negando ser enemigo de la democracia y recordando su servicio militar y su resistencia a los Treinta Tiranos. Argumentó que su único propósito era perfeccionar la moral de los ciudadanos, instándolos a ocuparse de lo esencial. Tras una votación inicial, se le ofreció proponer una pena alternativa, pero Sócrates se negó a exiliarse o a cambiar su conducta, afirmando que no temía a la muerte. El jurado lo condenó a muerte por una mayoría de 280 votos frente a 220, y el filósofo acató la ley, ingiriendo el veneno de la cicuta.
La muerte de Sócrates no fue un mero acontecimiento histórico, sino un momento crucial en el desarrollo de la filosofía occidental. Al acatar la sentencia, a pesar de su injusticia, se convirtió en un mártir de la filosofía y en un símbolo de la lucha por la libertad de pensamiento y la crítica a las autoridades. Este acto final de obediencia a sus principios fue la última y más poderosa de sus lecciones éticas, demostrando que la filosofía no era una mera teoría, sino una forma de vida que debía defenderse hasta el final. Es fascinante constatar que la misma acción que Sócrates rechazó para la preservación de su pensamiento, la escritura, fue la que, paradójicamente, lo inmortalizó. Su discípulo, Platón, no solo consignó sus palabras, sino que elevó la figura de Sócrates a un vehículo para sus propias ideas metafísicas, asegurando que su legado no solo sobreviviera, sino que se expandiera de manera sin precedentes a través de la historia.
El legado de Sócrates resuena con una vitalidad asombrosa en la actualidad. El método socrático ha trascendido el tiempo para convertirse en una herramienta fundamental del pensamiento crítico y la educación moderna. Su enfoque en el diálogo y la refutación se utiliza en diversos campos, desde la enseñanza en derecho para desarrollar el razonamiento crítico de los estudiantes hasta la terapia cognitiva, donde ayuda a los pacientes a analizar y desafiar sus propios pensamientos disfuncionales. Sócrates cambió el rol del maestro y la forma de abordar las preguntas. Al animar a la duda y a la búsqueda de la verdad a través de la razón, sentó las bases para que los estudiantes aprendan a pensar por sí mismos. Su insistencia en que la filosofía debe tener una utilidad práctica en la vida cotidiana para alcanzar el conocimiento y la virtud sigue siendo un pilar para la reflexión personal y el crecimiento individual.
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